• April 16, 2024

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El caso de “Teresa”…

Por Carlos Klinger, ATA (Accredited Tax Advisor)
Por Carlos Klinger, ATA (Accredited Tax Advisor)

Muchos de ustedes, mis queridos amigos(as), saben que también soy consejero familiar y hace poco tuve un caso que me parece es digno de comentarse. Porque nuestra comunidad, lo he manifestado en más de una ocasión, somos muy “buenos” para criticar y “juzgar” y nos olvidamos por completo que el único que tiene el rol de juzgar es nuestro Creador. Nosotros, sus criaturas, podremos no estar de acuerdo con lo que haga nuestro prójimo; pero eso no nos da el derecho a juzgarlos, criticarlos, odiarlos, burlarnos, ofenderlos o clasificarlos como ciudadanos de última categoría.

Mi historia es totalmente ficticia y es la historia de esas madres que con fuerza, voluntad y mucho sacrificio salen adelante con la crianza de sus hijos, porque no cuentan con el apoyo del padre. Son madres solteras o separadas, yo les tengo mucho respeto y admiración por hacer el doble trabajo…de madre y padre al mismo tiempo.

Era el viernes por la noche en el día de “Halloween” y estaba mirando las noticias. Mi única hija Teresa entró en la habitación, me entregó una nota y se alejó. La nota decía: “Soy lesbiana. Yo soy feliz así. Y si realmente me amas, por favor no intentes cambiarme, y tampoco quiero que intentes hablar conmigo acerca de esto”.
Teresa tenía 18 años, era alumna del último curso de secundaria. Los sueños que tenía para su vida cambiaron radicalmente esa noche. También lo hizo con mi vida. Ahora, con un golpe audaz, me dejó saber que cualquier elección que había hecho en la vida hasta el momento, ella estaba haciendo sus propias decisiones de aquí en adelante. Esa noche fue más difícil para mí, que aquella cuando mi madre murió; sin embargo, a pesar de que algo murió dentro de mí esa noche, no es menos cierto que también algo nuevo nació.
Después de leer la nota, lágrimas fluyeron. No importa lo que ahí decía, tenía que llegar a mi hija. Tenía que comunicar lo que era más importante. Fui a la habitación de Teresa a decir lo que sentía. “Teresa, no voy a intentar convencerte de esto, pero necesito decirte algo muy importante”. Después de unos minutos me dejó entrar a su cuarto. La abrase y le dije: “Estoy muy orgullosa de ti por decirme esto. Sé que esto es una cosa muy difícil para ti. Tú eres mi hija y siempre te he amado y siempre te amaré”.

Como madre estaba dispuesta a respetar sus deseos y que no trataría de convencerla acerca de su decisión. Esas fueron las palabras correctas que, en aquel momento pensé, tenía que decirle. Le di a entender que lo que estaba sucediendo en nuestra familia no era el fin del mundo y que si habíamos pasados por momentos más críticos juntas, salimos adelante.

Por lo tanto en esta nueva situación no sería diferente. Ya sola en mi cuarto lloré esa noche más que en cualquier otro momento de mi vida. Temía por el futuro de Teresa. Ella había tenido graves luchas en los últimos años y había hablado de suicidio. ¿Este camino sólo sería más peligroso para ella? Me dijo muchas veces que no estaba segura si quería a Dios en su vida, y yo ya sospechaba que su anuncio era su manera de decirme que ella estaba por un camino “paralelo” al de nuestro Creador.
Esa noche sentí un temblor, en todo mi cuerpo, que no podía controlar. Sentí que alguien me había “machacado” el corazón. Recé porque fue todo lo que podía hacer. Recé porque no había ningún sitio a dónde ir. No sabía que iba a resultar de todo esto, pero sé que mi mundo había cambiado repentinamente. Cuando llegó la mañana, me levanté y me fui a mi trabajo, lugar que siempre había sido mi consuelo, pero no este día. A pesar de la falta de sueño, era un lunes y aún tenía que hacer el trabajo como todos los días.

Han pasado tres años desde el fin de semana. Todavía estoy en la misma ciudad, la misma casa, el mismo trabajo, la misma iglesia. Mi fe ha sido probada, y soy más fuerte ahora. Mi amor por mi hija no ha disminuido; ha crecido. Mi amor por mi Creador no ha cambiado. De hecho, mi poco conocimiento teológico de mi religión, no experimentó ningún cambio. Pero he aprendido lecciones que no hubiera entendido nunca en el pasado.

Aprendí que tener un hijo gay o lesbiana es difícil para la mayoría de los padres. Pero es mucho más difícil para padres cristianos o creyentes. Porque son muchos más los temores adicionales que nos acompañan. Desde esa primera noche cuando mi hija me dijo que era lesbiana toda una serie de preguntas pasaron por mi mente. ¿Qué digo? ¿Qué te he dicho? ¿Esto me descalifica de ser madre? ¿Soy culpable yo? Pero mi mayor preocupación o temor era que mi secreto va a “salir del clóset”, y que seré juzgada o criticada en la comunidad. Poco a poco he aprendido a llorar con los que lloran. He aprendido a sentarme con los que sufren en silencio cuando los cristianos hacen duros comentarios sobre ellos.

Este no es el camino que hubiera elegido para mi hija. Sin embargo, confiando en la soberanía del Creador, voy andar por este camino hasta llegar al final; no me importa a dónde lo conduce. No quiero a mi hija menos que ayer. Es posible que la quiera hoy menos que mañana. Sabiendo que ella es consciente de lo que yo creía y lo que le enseñé, continuamente le ruego al Señor, que ponga a alguien en su camino que sea capaz de trasmitir la gracia del Rabí de galilea y le sirva de modelo; pero sobre todo que ella pueda oír y entender.
He aprendido a reflexionar con la gran declaración de Pablo en Corintios: “Y esto erais algunos de vosotros; pero fuisteis lavados, pero fuisteis santificados, pero fuisteis justificado en el nombre del Señor Jesucristo y en el espíritu de nuestro Dios.” No soy la primera madre en recorrer este camino. De alguna manera la iglesia en Corinto tenía miembros fundadores que habían dejado sus experiencias homosexuales con el fin de presentar su vida entera a Jesús.

Mi esperanza y mi oración es que nuestra querida iglesia se convierta en ese tipo de iglesia, lleno de historias de vida a cambio de gracia. Espero vivir lo suficiente para ver el día cuando seguidores de Cristo amen a mi hija tan grandemente que otra vez sabrá que Dios es amor y que Dios la ama.

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