No hace mucho tiempo escribí que “Vientos del sur soplan en Roma”. Es que debemos reconocer que desde el comienzo de su pontificado, Francisco eligió la estrategia de los gestos para instalar temas, abrir debates, impulsar perspectivas. Y esos gestos son luego seguidos de iniciativas políticas con sentido estratégico.
Los ejemplos abundan. Por ejemplo dijo que quiere “una Iglesia pobre y de los pobres”. Su primer viaje fue a Lampedusa, para encontrarse con los migrantes ilegales que bregan por entrar en Europa. Predica la austeridad, pero también muestra austeridad personal en medio del contexto “lujoso” del vaticano que contradice esta mirada.
Reafirma la idea de colegialidad en la Iglesia y genera una comisión de cardenales que, sobrepasando la formalidad de la normativa eclesiástica, tiene como atribución pensar otras formas de gobierno de la Iglesia. “Hagan lío”, les dijo a los jóvenes en Río y él mismo “hace lío” cuando deja trascender mensajes pastorales que no se ajustan exactamente a las rígidas normas de la institución católica. Se puede acordar o disentir con el Papa Francisco, estar de acuerdo o no con su mirada sobre el mundo y la Iglesia.
Pero es incuestionable que Francisco es un eclesiástico que sabe manejar los gestos y también los tiempos y el arte de la política, que tiene objetivos y que está dispuesto a cumplirlos paso a paso, con disciplina estratégica, con habilidad política (que incluye también el factor sorpresa) y el sentido de la oportunidad. El viaje a Tierra Santa no escapa a esta lógica. La imagen de Francisco con la cabeza apoyada sobre el muro de separación de Belén, en el mismo sitio en que los palestinos reivindican con pintadas sus ansias de libertad, no puede pensarse de ninguna manera como resultado de una improvisación o una inspiración del momento.
No estaba en el itinerario oficial, pero se puede asegurar sin temor a errar que Francisco imaginó ese instante, lo meditó y lo ejecutó a la perfección. Quizá soñó (y programó) el rezo conjunto y el cuadro resultante frente al Muro de los Lamentos al lado de sus amigos argentinos, el rabino Abraham Skorka y el musulmán Omar Abboud.
La exclamación con la que los tres sellaron ese momento (“¡Lo logramos!”) habla a las claras del propósito que los llevó hasta ahí. Todo el viaje estuvo marcado por algunos objetivos claves: instalar el tema de la paz con justicia, apuntalado en el diálogo desde la diferencia, y consolidar el papel que las grandes religiones pueden hacer a la paz en el mundo, en todos los escenarios. Aun en los más conflictivos y donde todo parece ser difícil. Para ello utilizó todas sus capacidades para decir y fijar posición sin herir susceptibilidades en interlocutores sensibilizados.
En ese escenario, Francisco eligió también una estrategia discursiva: en lugar de juzgar, reprender y advertir, optó por predicar siempre la fortaleza del diálogo y centrar en esta capacidad de los hombres la posibilidad de superar las diferencias.
Cincuenta años atrás, Pablo VI llegó a Tierra Santa para fomentar el diálogo entre religiones. Francisco es un convencido de que en el mundo actual las grandes religiones tienen que jugar un papel fundamental para construir y consolidar la paz.
El viaje a Tierra Santa se inscribe en este propósito. Objetivo que el Papa también tradujo en acciones concretas como su participación activa en el caso de Siria y ahora en la propuesta para comprometer a los presidentes palestino e israelí, Mahmud Abbas y Shimon Peres, para llegarse hasta el Vaticano para “rezar juntos”. Francisco utiliza también el escenario mediático para desarrollar su estrategia. Genera gestos que comprometen a terceros, aun a sabiendas de que también lo comprometen a él. Está convencido de que colaborar a la paz en el mundo puede ser un aporte que la Iglesia Católica y que él como Papa, pueden hacer hoy a la humanidad.
Es también el camino para acrecentar (¿rescatar?, ¿recuperar?) el prestigio de la Iglesia y crecer en el suyo propio, afianzándose como figura y referente en el escenario internacional. Para ello seguirá afirmando que la búsqueda de la paz debe estar por encima “de las diferencias de ideas, lengua, cultura o religión”.
Modestamente, me inclino a pensar, que este será su lema y habrá nuevos gestos y más hechos en la misma línea.