Como el kirchnerismo en Argentina, el Gobierno de Biden rechaza las estadísticas confiables y transparentes. Los demócratas se valieron de los datos oficiales cuando fueron favorables en 2021, pero las rechazan en 2022 cuando dejan de serlo.
La actividad económica de los Estados Unidos se mantiene en caída desde diciembre de 2021, registró una contracción del 1.6% en el primer trimestre del año y todo indica que este jueves las estadísticas oficiales marcarán otra caída para el segundo trimestre del año, evidenciando así una situación clara de recesión.
La definición convencional de recesión, utilizada por prácticamente todos los países del mundo, sugiere que una recesión comienza cuando se registran dos caídas trimestrales consecutivas en el Producto Bruto Interno (PBI).
En lugar de afrontar el problema con nuevas medidas o anuncios, Joe Biden decidió negar completamente la recesión y desconocer así los manuales más básicos de economía.
Después de una reunión virtual con ejecutivos de fabricación de tecnología el lunes, se le preguntó al presidente Biden sobre su último dolor de cabeza económico: ¿Qué tan preocupados deberían estar los estadounidenses de que el país pueda estar en una recesión?
“No vamos a estar en una recesión”, respondió.
Los asistentes del presidente han pasado gran parte de los últimos días defendiendo ese caso públicamente, antes de que se publiquen datos económicos críticos el jueves que podrían, al menos informalmente, señalar el comienzo de una recesión según una definición abreviada común.
Es el capítulo más reciente de un desafío al que se ha enfrentado Biden desde que asumió el cargo: intentar, en gran medida sin éxito, persuadir a los estadounidenses de que la recuperación económica es más sólida de lo que la gente percibe.
La Casa Blanca cambió convenientemente su postura técnica acerca de la interpretación del crecimiento económico. Mientras que en el 2021 Biden se valía del rebote técnico en el PBI contra 2020, adjudicándose los resultados positivos, en 2022, con resultados negativos, se mostró escéptico con las estadísticas del PBI y su medición.
Esta decisión se produce incluso antes de que se conozca oficialmente la evolución del Producto Bruto Interno para el segundo trimestre del año, y supone una manera de cubrirse ante eventuales críticas contra la administración.
La particular estrategia del Gobierno demócrata guarda una increíble similitud con las reacciones de los gobiernos kirchneristas en Argentina, cuando las estadísticas oficiales fueron desprestigiadas y se decidió simplemente apartarlas.
En un reciente comunicado de la Casa Blanca, se pone en tela de juicio al PBI como un indicador representativo para medir las recesiones o las expansiones, un cuestionamiento que estuvo completamente ausente en 2021 cuando las estadísticas eran favorables al Gobierno.
Para justificarse, el comunicado expone cuatro “indicadores sugerentes” de recesión: el empleo no rural, el ingreso real sin transferencias, el consumo real y la actividad industrial. Todos estos indicadores muestran signos de agotamiento desde noviembre y diciembre de 2021, pero no una caída abierta como sí lo evidencia el PBI. Este análisis no es riguroso, y resulta perfectamente factible entrar en recesión mientras que estos indicadores permanecen estancados.
El Gobierno de los demócratas criticó las mediciones ortodoxas para definir una recesión, pero a cambio no ofreció ningún tipo de definición alternativa y seria. La portavoz del Gobierno de Biden, Karine Jean-Pierre, admitió públicamente en conferencia de prensa que la Casa Blanca no tiene ninguna definición seria para ofrecer.
Los argumentos de la administración de que el país no estaba actualmente en recesión fueron respaldados por algunos indicadores económicos, por muchos pronosticadores y por las definiciones técnicas de lo que constituye una recesión que emplea el comité de datación del ciclo económico de la Oficina Nacional de Investigación Económica.
“El gasto del consumidor se mantiene sólido, los balances de los hogares se mantienen en buena forma”, dijo Brian Deese, director del Consejo Económico Nacional, en una sesión informativa en la Casa Blanca el martes. El alcance completo de los datos económicos, dijo, “no era consistente con una recesión”.
Pero el hecho de que Biden y sus ayudantes hayan pasado tanto tiempo evitando hablar de una recesión muestra cuán sombríos se han vuelto los estadounidenses con respecto a la economía y por qué ha sido tan difícil para la administración cambiar de opinión.
Biden ha tratado durante más de un año de persuadir a los estadounidenses de que la economía es fuerte y que la inflación, que ha estado funcionando a su ritmo más rápido en 40 años, se desvanecerá. Ha hecho hincapié en la rápida creación de empleos y la caída de la tasa de desempleo, y señaló el lunes que había bajado al 3.6 por ciento.
Los estadounidenses no lo han comprado. La confianza del consumidor se ha desplomado a medida que los precios de los alimentos, la gasolina y otros se dispararon. La insatisfacción de los votantes con la gestión económica de Biden ha aumentado, al igual que los ataques de los republicanos, quienes han culpado a las políticas del presidente de impulsar la inflación y erosionar el poder adquisitivo de los estadounidenses, solo unos meses antes de las elecciones de mitad de período que determinarán si los demócratas continúan controlando el Congreso.
Aproximadamente la mitad de los encuestados en una encuesta de junio de estadounidenses en todo el país realizada para The New York Times por la plataforma de investigación en línea Momentive dijeron que creían que la economía ya estaba en una recesión o depresión. Otro cuarto dijo que la economía estaba “estancada”.
Los republicanos que respondieron fueron más pesimistas que los demócratas, lo que refleja una división partidista en curso en las opiniones sobre el desempeño económico según quién ocupe la Casa Blanca.
Pero más de la mitad de los votantes independientes dijeron que la economía del país estaba en depresión o recesión, al igual que un tercio de los demócratas.