Por Pedro H. Gonzalez
Un Cálido saludo, haremos una pausa en nuestra serie “la fe del hijo” para rendir un homenaje a las madres en su día.
La mujer representa para Dios muchísimas cosas, tantas como los roles que juega en la vida.
Ellas son hijas, amigas, hermanas, primas, tías, abuelas, esposas, obreras, empresarias, ejecutivas, abogadas y que se yo cuantos infinitos roles podremos asignarles; pero sobre todas las cosas ellas son ante todo MADRES. Lo escribí con mayúscula porque no puede ser de otra manera.
1 Pedro 3:7 Y vosotros, maridos, igualmente, convivid de manera comprensiva con vuestras mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor como a coheredera de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean estorbadas.
Todo lo que podamos hablar de la mujer como madre se queda corto, todos los adornos y las palabras hermosas que podamos ponerle a ese rol de la mujer en su vida es simplemente un intento por describir lo indescriptible. Una vez que una mujer es madre entiende lo que estoy diciendo y una vez que un hombre (hombre) es padre se dará cuenta también de lo que digo, nadie puede hacer a un hombre padre sino una mujer.
Por eso desde aquí rendimos este homenaje a ellas, a las madres y desearíamos que más que un día fueran muchos, todo el año, toda una vida para homenajear a la mujer como madre.
En tiempos donde el valor de la vida se ha perdido de tal manera que se disputa el derecho de poder matar a un niño en el vientre de su madre, las verdaderas madres, no las que quieren ser o las que solo podrían ser sino las verdaderas madres, aquellas que han nacido con el vientre unido al corazón y no a la razón, aquellas que tan solo empezar a sentir el más leve síntoma de un embarazo se emocionan en lugar de preocuparse, esas que en lugar de pensar que voy a hacer, empiezan a pensar será niño o niña? Esas mujeres son las madres que merecen todo nuestro homenaje.
Las hay de todos los colores, tamaños y estilos, se dan en todos los idiomas, da lo mismo decir Mother que Madre; al final no es cuestión de idiomas es cuestión de vida. Es cuestión de valor.
Ellas vienen con todos los temperamentos, pero cualquiera sea el temperamento de aquella a la que usted llama madre, usted sabe que es el mas adorable.
Tienen frase copiadas, que trascienden las culturas y las fronteras geográficas, en cualquier país del mundo la chancleta será la chancleta y el abrazo de una madre seguirá siendo…el abrazo de una madre, sencillamente nada se compara a eso, nada.
Ellas se expanden o se achican en tanto la ocasión o el numero de hijos lo requiera, son expertas en multiplicar las raciones, saben de modas, de peinados y recetas, son psicólogas y enfermeras, contadoras de historias y cantoras de canciones, de maravillosas canciones, capaces de dormir al más rebelde insomnio.
No hay mejor termómetro que la palma de la mano de una madre, ni mejor corrector tampoco. Ellas son las únicas capaces de ver comer a otro ser humano (sus hijos) y saciar así su propio apetito.
Todos hemos dicho en algún punto de nuestras vidas que por nuestra madre haríamos cualquier cosa, pero lo cierto es que lo mas que hacemos es darles problemas, sin embargo ellas sí que harían cualquier cosa por sus hijos.
Basta contar con frijolitos los días del embarazo y pensar que esos son los mismos días que nos llevan en sus vientres para entender cuanto valen. Solo ellas.
Desde aquí, y sintiendo que quedo debiendo; para ustedes las mujeres valientes, las que se atrevieron a desafiar el estatus quo que dice “mi cuerpo mi decisión” a ustedes las mujeres que fueron capaces no solo de tener un hijo sino de tener uno más.
Esa es la mujer que hoy merece este homenaje.
Para ustedes un aplauso sonoro, rotundo, largo, que se oiga en el mundo entero ¿quién me ayuda? Gocen los que la tienen viva, la mía ya no está, me queda lo que fue.
Soy el Pastor Pedro H. Gonzalez de la Iglesia Embajada del Reino.
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