FRAGIL
Nuestras vidas se componen por ciclos: La niñez, la adolescencia, la adultez y la vejez. Cada etapa comprende realización de metas. Ciclos que cierran y otros que abren con una simpleza que a veces nos pasa desapercibida. Ciclos dolorosos que cuando concluyen, nuestro corazón se libera con júbilo y estamos listos para emprender algo diferente, sin incurrir en los errores cometidos.
Estamos mentalmente adiestrados, generación tras generación, a que en cada etapa tengamos logros. Es un ciclo repetitivo que nos impulsa a seguir un precepto que nuestra sociedad indica: una buena educación, un trabajo bien remunerado, un matrimonio ideal e hijos que sean nuestro orgullo y logren lo que nosotros no pudimos, porque tendemos a la idealización. Esas reglas que yo llamaría como del manual de la irrealidad son las que nos rigen y son el sueño de todos, sin importar el estrato social.
Sin embargo, dentro de ese orden aprendido, hay ciclos que se interrumpen de manera abrupta por diferentes circunstancias; la más común la enfermedad o la muerte. Cuantas veces no hemos sabido de casos en que el deceso nos resulta increíble porque no imaginamos a esa particular persona muerta o el saber de una afección a alguien a quien considerábamos con una salud a prueba de todo. No hay una regla establecida, ni una garantía de que mañana nos levantaremos y estaremos tan saludables como hoy. No tenemos idea de si estamos en el ciclo final cada mañana que sacamos los pies de la cama.
Frágil es lo que nos define como seres humanos. Frágiles criaturas que en cuanto la desgracia toca nuestras vidas, nuestro espíritu se colapsa de temor y desolación. Frágiles partículas micrométricas comparadas con nuestro vasto universo inexplorado e infinito porque aun con todos los conocimientos adquiridos, no tenemos idea de si tiene un principio y un final.
Somos tan conscientes de nuestra fragilidad que nos hemos dado a la tarea de la preservación desde el principio de los tiempos; evolucionando con rapidez hasta lograr lo que somos hoy: seres humanos preocupados por el crecimiento y el futuro, inmersos en una era tecnológica donde lo virtual ha reemplazado a lo real, y donde se deja de lado la verdadera esencia que es la que nos define: la capacidad de raciocinio.
Les comparto este fragmento de mi novela “La Purificación”, que ejemplifica mi más profundo sentir hacia la más grande creación: el ser humano.
…Esa revelación había sido la más inspiradora. Ese Ser Superior que es el alfa y omega; el camino, la verdad y la vida y la única luz al final del túnel, aun con la incomprensión y rechazo de algunas de sus creaciones con la publicidad donde se le atribuyen todos los males de la tierra o bien, el fanatismo desmedido y sin equilibrio que desmorona sus verdaderas enseñanzas. ¿Qué tan desapasionado y objetivo se podría ser al pensar en Dios? ¿De qué manera lo había percibido Olegario para intentar emular su Pasión? Él como Creador debía conocer el intrincado mecanismo de su producto llamado humano y bajo ese punto de vista, la verdad absoluta debía ser que el estigma de la llamada imperfección en cada criatura viviente es el nicho donde yace la grandeza, allí mismo en el centro del corazón…
Quizá es el momento de empezar a valorar lo imperecedero, lo perfecto, lo que queda en nuestro interior de manera inextinguible e inmortal.
Que no nos suceda que cuando enfrentemos el ciclo final, nos percatemos de que lo que considerábamos lo primordial en nuestras vidas, tal vez no valía la pena.
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